Cuando el público asiste a un congreso, una reunión internacional o un gran evento, rara vez imagina lo que ocurre al otro lado de la pantalla. Allí, entre bambalinas, está la cabina de interpretación: un pequeño cubículo desde el que los mensajes viajan de un idioma a otro.

“La pecera”

Así llamamos cariñosamente a la cabina de intérprete, ese cubículo de cristal desde el que trabajamos sin perder detalle de lo que ocurre en el escenario. Es el lugar donde la concentración, la técnica y la coordinación se combinan para que la comunicación fluya.

Aislada acústicamente y equipada con consolas, micrófonos, auriculares y receptores, la cabina garantiza un sonido nítido y una interpretación precisa.
En los eventos presenciales, suele situarse discretamente al fondo de la sala o tras el escenario, con visibilidad directa del ponente y del público.

Pero no siempre tenemos esa suerte: a veces trabajamos literalmente al otro lado de la pantalla, sin ver el escenario directamente, siguiendo la presentación a través de monitores.

Nuestro “pupitre” es mucho más que una mesa con aparatos: es el espacio desde el que trabajamos durante toda la jornada de interpretación simultánea. Entre consolas, auriculares, notas, bolígrafos y alguna botella de agua, todo está dispuesto para que nada falle durante el evento. Ajustar el volumen, probar el sonido o repasar los nombres clave del programa son pequeños pasos que marcan el comienzo de cada jornada de traducción.

Y aunque desde fuera parezca solo “una pecera”, para quienes trabajamos dentro es un lugar donde la concentración, la voz y la emoción se coordinan para hacer que la comunicación fluya.

Porque incluso estando al otro lado de la pantalla, seguimos el evento desde primera línea.